jueves, 15 de abril de 2010

El Imaginario Mundo del Doctor Pastelassus

Stop: Terry Gilliam director lleno de mala “racha” y responsable de títulos tan importantes como: 'Brazil', 'El rey pescador', '12 monos', ‘Tideland’ o 'Miedo y asco en Las Vegas' -entre otras-, se enfundó su mejor traje de sastre para conseguir a base de remiendos y parches que la película (El imaginario del Doctor Parnassus) siguiese adelante, sacrificando veracidad y muchísima parte de su encanto. Play: Heath Ledger, actor principal de dicha película fallece en medio del rodaje. Ante este hecho fue sustituido por tres actores: Jude Law, Johnny Depp y Colin Farrell. El banquete fílmico ya estaba servido. Sabiendo este dato, cuando comienzas a ver la película, toda tu curiosidad está en ver en qué escena se cambia de actor, cuál de ellos lo sustituye y si realmente se nota. Y los momentos elegidos para pasar a otros no podrían ser más acertados. El juego de ‘Ese oscuro objeto del deseo’ es tan adecuado a lo que cuenta la película, que parece pensado desde antes del rodaje o de que ningún desgraciado acontecimiento hubiese sucedido. Rec: Los avances técnicos permiten redondear el producto y hacen visualmente posible ese maravilloso mundo artificial, surrealista y dalianiano, al que nos transporta el carromato (carretilla) de ese espectáculo teatral en el que se sitúa la acción de la última fantasía de Terry Gilliam. Conozcamos más el imaginario mundo del doctor Pastelasus- disculpen- Parnassus.

Fantasía para adultos.

Terry Gilliam se inspira, para realizar El imaginario del Doctor Parnassus, en el Fausto de Goethe y se lanza a versionar el mito adaptándolo a su particular concepción ontológica, recreándolo en el inconfundible imaginario de su particular universo visual. Barroquismo y fantasía conceptual en una borrachera de imágenes alucinadas que, si no se va al cine preparado para lo que se va a ver, pueden desconcertar al espectador ajeno al particular mundo creativo en que el director de Las aventuras del Barón de Munchausen suele complacerse (y complacernos) en cada una de sus películas.

El imaginario del Doctor Parnassus es una película fuera de contexto en el grueso de la producción cinematográfica actual y Terry Gilliam es un out sider que sigue fiel a su estilo y a sus intereses creativos sin importarle desentonar. Sabe, por suerte, que tiene su público y que es muy respetado por la crítica. Ambas cosas seguramente le importan un comino y él va a lo suyo, pero es así, por suerte para él y para nosotros sus admiradores. Hay en El imaginario del Doctor Parnassus, al menos yo creo verlo, un paralelismo a estas reflexiones. La carreta de feria del Doctor Fausto (perdón, Parnassus) simboliza ese concepto de arte considerado demodé y el público que se detiene ante su anacrónica fachada/escenario lo hace para constatar, en un principio, que aquello debe ser antropología cuaternaria. Lo es, en la lectura lineal de la narración, pero cuando los esfuerzos de los actores por retener al reticente y desconsiderado público dan sus frutos, queda en evidencia que ese concepto de arte puede seguir interesando todavía: los espectadores que se atreven a entrar en el juego salen indemnes de al otro lado del espejo y altamente satisfechos, eso podemos entenderlo así sin importarnos el que la primera lectura de las imágenes sea de otra índole.

Hechas estas disquisiciones al margen del meollo habitual de lo que perseguimos al comentar una película, El imaginario del Doctor Parnassus, sin ser una obra redonda, sí que tiene cantidad de hallazgos que hacen que la considere como una de las películas que más me han gustado en bastante tiempo. Por lo pronto resulta apasionante el juego que Terry Gilliam entabla con conceptos, obras artísticas y creadores en una amalgama en la que hace guiños y citas, fagotizándolo todo en una obra que puede calificarse de absolutamente propia y personal. Las referencias a otros artistas son más que evidentes.

El mito de Fausto tamizado por el barroquismo surrealista de Gilliam. Hay además aportaciones tomadas de, por ejemplo, Dalí, Edgar Ende y su hijo, Michael Ende, cuya obra La historia interminable fue tan bien entendida e imaginada por un inspirado Wolfgang Petersen cuando la trasladó al cine. Pero no sólo podemos vislumbrar estas influencias. Las referencias a Lewis Carroll y a su Alicia son obvias y hasta las de la imaginería (las palabras imaginario o imaginería no pueden resultar en éste comentario redundantes, sino más bien significativas) del universo visual y creativo de una película tan mítica como El mago de Oz. Disfruten de este locuron daileano y a su vez fausteano.

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